Crónica Ruta nº4 Collado del Quintero-La Muela ‘Descrubriendo Moratalla’

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El año corre a velocidad de vértigo, y un domingo más nos reunimos para disfrutar de un nuevo paisaje. En esta ocasión, no será una pedanía o aldea la que nos vea partir, sino un collado con tanto “realengo” como el del Quintero.

A lomos entre el Barranco de Hondares, y el descenso a Benizar, y a la vera del Cordel de Hellín, nos disponemos a realizar la ascensión a la cumbre de La Muela. Por suave y cálido que esté resultando este invierno, el mes de Marzo hoy se afana en recordarnos que aún puede dejarnos “helados”, y a pesar del anuncio de subida de las temperaturas, no es eso lo que marca el termómetro de nuestros coches…Con el frescor de las primeras horas, comenzamos a caminar, sin perder de vista la magnífica falla de la cabecera del Barranco de Hondares, que se engalana con las luces del alba.

Hoy las protagonistas pétreas, serán las dolomías, pero durante el ascenso, las calizas del Prebético nos muestran atrapadas en su interior habitantes de los mares donde se formaron estos suelos, en este caso, Nummulites del Eoceno, que se amalgaman dejando apenas espacio entre ellos.

La Atalaya, preludio de nuestro ascenso, nos observa muda. Este topónimo, indica la importancia de la estratégica elevación en el pasado. Nuestra imaginación, comienza a volar hacia aquellas horas de vigilia, que soportaban aguerridos hombres, curtidos en mil batallas, en esta cumbre. Un pequeño recinto cercano, al abrigo de unas rocas y muy poco visible, probablemente servía de refugio a estos vigías. En su interior, un pequeño helecho, una Doradilla, ha encontrado su lugar en el mundo. Isabel, como alumna adelantada, acierta plenamente al indicar que el aspecto de las rocas le recuerdan a un Paleokarts, ya que eso es precisamente el lugar en el que nos encontramos. El aspecto redondeado de las rocas, les confiere una singular belleza, sobre la que paseamos muy atentos a la vegetación que crece sobre ellas. El Pinillo de Oro o “Quebrantapiedras” prospera por doquier, acompañando al tomillo.

Caminamos por la superficie del Paleokarts, recreándonos en las vistas, hasta llegar a los restos del cortijo de La Atalaya, donde en realidad, lo que queda de pie es el corral, ya que ha seguido en uso hasta nuestros días. Al amparo de las rocas, nos soleamos como lagartijas, mientras disfrutamos del reparador almuerzo, y reciclamos los ya reciclados pesebres. Estos enormes neumáticos, servirán de improvisado estudio para unas cuantas fotos. También algunos de nosotros, recogemos las semillas de Sabina negral que Santiago ha visto desprendidas de los excrementos de los Zorzales, y que tras el paso por el sistema digestivo de estas aves, están perfectamente preparadas para germinar. Continuamos nuestra marcha, no sin antes visitar el “lujoso corral”, unos arcos de medio punto, sirven de paso al ganado que aquí se aloja. A poca distancia, se eleva majestuoso el “Pino rodeno de la Atalaya”.

Con un porte magnífico, contempla el paso de cientos de años…salvado milagrosamente del incendio del 94, una vez más rendimos pleitesía a uno de nuestros nobles ancianos vegetales. Ya sólo la vista de este singular ejemplar de Pino rodeno, merece el paseo de hoy. Nos afanamos en intentar captar toda su fuerza con nuestras cámaras, fotos y más fotos que recojan la magnífica presencia de este ejemplar mientras unos Reyezuelos recorren la copa de un pino cercano.

Por si fuera poco el interés, bajo sus ramas como árboles se dispersan las rocas cargadas de nummulites por todo el pastizal de alta montaña, un lujo de imagen… ¿Se puede pedir más? Pero la cumbre nos espera, hoy andaremos más kilómetros que en otras ocasiones, y debemos partir en su busca, así que continuamos nuestro ascenso, disfrutando ahora de una vista diferente sobre el Castillo de Benizar. Constantemente, y a pesar de los años transcurridos, los troncos de los pinos nos muestran el paso del incendio, son muchos los que conservan sus cortezas chamuscadas. Cerca de la cumbre, y a la vista de los cortados, aparece un Águila real que se aleja de nosotros. Llegamos a lo más alto de esta sierra, desde donde se ve una buena porción del territorio moratallero, y de los municipios limítrofes, es entonces cuando hace una breve aparición un Halcón peregrino.

La singular “cumbre llana”, además cuenta con una sima que alberga una gran Hiedra que crece en su interior. Las vistas son magníficas, adornadas por “los sargentos o frailes” de la erosión típica de las dolomías, crean un paisaje digno de cualquier novela de aventuras. Para vivir la nuestra particular, descendemos por un desfiladero que se abre escondido en los muros dolomíticos, que nos va a permitir el acceso a la base de los cenajos. Aquí, nuestro compañero Manolo va a ejercer de “superhéroe” haciendo de freno a una roca que pretende descender a la vez que nosotros, y es que en montaña, todas las precauciones son pocas. En la base de los cenajos, y como ya hemos visto en otras excursiones, pero no por ello deja de sorprendernos, un Arce “nace” literalmente en medio de la pared, desafiando a la lógica y a las leyes de la gravedad. Caminamos por una senda de cabras, al amparo de los oscuros farallones que se yerguen sobre el paisaje, imponentes moles que impiden que los rayos del sol calienten la escarcha que se ha formado durante la noche en la vegetación.

Los “Zapaticos de la Virgen” cuelgan de las paredes sobre nuestras cabezas, aún sin flor. Observamos también gran cantidad de Colirrojos tizones, sin duda, están en pleno “paso primaveral”, volando hacia sus lugares de cría. A esta altura de la excursión, la temperatura ya es muy agradable. Para nuestro retorno, ya sólo debemos descender sobre nuestros pasos. Con el sol ya en su cenit, el paisaje cambia completamente, y nos ofrece una nueva visión. Hoy un poco más cansados debido a los kilómetros, disfrutamos con anticipo en nuestras mentes de la comida que nos espera. Tras toda una mañana de caminata, nos hemos ganado un buen ágape, como el que nos han preparado en el bar “El Fofi” de Benizar. Mollejas en salsa, oreja de cerdo, queso fresco rebozado con mermelada de tomate y un lomo al horno con salsa de verduras que es una auténtica delicia, acompañan primero a unas buenas cervezas y después a nuestro vino de la Tercia de Ulea.

Postres caseros y “flores”, son el dulce final a un domingo más de campo. Estas últimas horas de la jornada en compañía de amigos y compartiendo vino, anécdotas, risas y delicias, culminan un domingo en el que el paisaje, acuarela viva, una vez más ha colmado nuestros ojos de belleza.

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