Crónica excursión Las Muelas de Béjar-Cueva Navarro
Con el avance del otoño, el amanecer retrasa la aparición de nuestro «Astro Rey” debido al cambio de posición de nuestro pequeño planeta, con respecto a sus hermanos de galaxia, lo cual se hace patente en esta mañana de domingo del mes de Octubre, ya que aún nos movemos entre las últimas sombras de la noche cuando llegamos a la puerta de la Oficina de Turismo de Moratalla, unos minutos antes de las 8 de la mañana. Algunos compañeros, valientes madrugadores, ya nos esperan disfrutando del fresco de estas primeras horas de luz.
Hoy visitaremos un paraje, que como tantos otros en nuestro municipio, tiene mucho que contar, a pesar de ser sobradamente conocido. Se trata del Campo de Béjar, más concretamente, de Las Muelas de Béjar, hacia donde hoy nos dirigiremos, dispuestos a vivir nuevas aventuras…Partimos, tras recoger a una compañera por el camino, de La Fuente Mayor, importante manantial natural, del agua filtrada por las altas cumbres que circundan este pequeño pero espectacular valle en altura, no en vano las cumbres a nuestro alrededor rondan los 1400/1500 metros de altitud.
Casi no hemos comenzado a andar, cuando Eloina repara en una pequeña rapaz que muy cerca de nosotros, entre las encinas y los resaltes de roca, se afana en perseguir un desayuno que se escapa entre la vegetación, es un Cernicalo común, que se queda posado perfectamente visible, quién sabe si recobrando el aliento, y nos permite discernir que se trata de una hembra o un joven, probablemente esto último por su forma de actuar, excesivamente confiada; nosotros hemos querido pensar que sabe que este grupo de humanos sólo pretende admirarle.
A pocos metros, tenemos otro punto de atención, esta vez, vegetal, una anciana encina, con claros signos de su avanzada edad, nos proporciona una escultura digna de cualquier artista moderno, una gigantesca rama que se desgajó de su tronco hace ya tantos años, que casi parece petrificada, tiene la forma de un curioso puente, aunque hay interpretaciones de todo tipo…Seguimos la senda que el ganado recorre a diario atravesando una majada, y comenzamos la ascensión por los restos de lo que fue un antiguo camino de carboneros.
Antes de salir del bosquete de Rodenos, reparamos en que ya se han formado grupos mixtos de páridos, tan propios del otoño/invierno, siguiendo esta estrategia de supervivencia que se repite cada año. La senda asciende por un lateral del barranco serpenteando entre rocas dolomíticas. El otoño, curiosamente tiene un efecto de segunda primavera, que no sólo se hace patente en algunas aves que retoman sus cantos, también lo vemos reflejado en la vegetación; espliegos y ajedreas lucen floridos como si de mayo se tratara. Aparecen los primeros signos de la altitud que poco a poco ganamos, ya son predominantes los Laricios y a ras de suelo, piornos oscuros y pinchosos o toliagas, se aferran al suelto terreno con gran eficacia.
Llegamos a uno de los momentos más bellos del día, al tomar la senda por donde cabras monteses y jabalíes, sortean el bosque de encinas que nos llevará a la base de los cenajos de Las Muelas. Una suerte de “gymkana vegetal” que nos obliga a doblarnos, saltar, y tomar todo tipo de gimnásticas posturas, mientras nos abrimos paso en la espesura, tal y como lo hacen el resto de habitantes de este bosque. La intrincada senda asciende de vez en cuando por verticales “treperas” por las que escalamos casi a cuatro patas.
El hábitat que ofrece esta ladera en umbría con su bosque mixto, es un marco idílico para una mañana de otoño, y el lugar perfecto para observar los fenómenos de la naturaleza, los pequeños rincones donde se produce la magia del micro-clima, como nos hace observar Luis al llamar nuestra atención sobre una zona cubierta de pequeños helechos, que destacan llamativamente con la sequedad del suelo que nos sustenta.
Ya casi en la cima, un muro dolomítico nos permite asomarnos sobre el Campo de Bejar a vista de águila, mirador natural no apto para sufridores de vértigo, y nos ofrece el espectáculo del paisaje moratallero en total plenitud…divisamos todo cuanto se puede alcanzar con la vista humana…la Cuerda del Zacatín, la Molata de la Fuensanta, irreconocibles las Cuevas de Zaén casi escondidas debajo de ella, verdea el Carrascal de Bajil, la Mole del Lanchar, toda la Cuerda de los Álamos…si una propiedad tienen los paisajes, es la de generar emociones, y éste sin duda nos completa el alma.
Finalmente, encumbramos allí donde se hace evidente la transición de las dolomías a las calizas, pues pasamos directamente a caminar por un lapiáz que poco a poco se va convirtiendo en una superficie bastante “agresiva”, pero de indudable belleza, una de las erosiones más atractivas por las formas que genera.
Almorzamos, como no podía ser de otra manera, sobre el fastuoso anfiteatro de la Rambla de Las Buitreras, justo donde los buitres leonados se posan en espera de que las térmicas les eleven sobre el suelo. Nosotros disfrutamos no sólo de la comida, también de la panorámica que ofrecen los campos altos de Caravaca, a continuación de los suelos moratalleros, e incluso lorquinos y andaluces .Neil y Richard nos comentan cuantos caminos se ven desde esta altura ideales para recorrer con nuestras bicicletas de montaña, así que planeamos una próxima ruta.
Aún nos queda el momento más emocionante de la jornada, la visita al engarbo de la Cueva Navarro. Otra vez nos debatimos por una sinuosa senda que nos lleva desde el collado a la misma boca de la cueva, pasando por repisas calizas que nos permiten andar con cierta facilidad, sobre las empinadísimas laderas profusas en derrumbes de los cenajos, precisamente en una de esas repisas encontramos un álula (pluma bastarda o P1 de Buitre leonado).
La cueva nos espera con las fauces abiertas, y nos traga uno a uno por una estrecha garganta que nos obliga a arrastrarnos en fila india…tránsito indispensable para, por unos minutos, alojarnos allí donde lo hicieron nuestros antepasados. La proliferación de espeleotemas llama constantemente nuestra atención, aunque no podemos perder de vista el suelo, que encierra alguna que otra “trampa”. Casi sin darnos cuenta, nos agrupamos en la ventana que esta curiosa cueva ofrece sobre el paisaje; el día es espléndido, sol radiante, temperatura perfecta, sólo la brisa justa…que diferente de nuestra última excursión.
El ambiente se torna de tal tranquilidad, que por un buen rato nos quedamos probablemente en el mismo lugar donde aquellos seres humanos pasaron muchas de las horas de su vida, esperando la llegada del ansiado sol, que les librase de los temores de la oscuridad nocturna, planeando partidas de caza, o simplemente amándose y dejando transcurrir sus vidas, tal y como nosotros lo hacemos en este momento. Bajamos de nuestro dúplex rupícola, y visitamos la segunda cueva, ésta con un carácter sacro, más pequeña y mucho más fácil de visitar. Todo el entorno de la Rambla de Las Buitreras, tiene una potente carga histórica, que es imposible nos pase desapercibida, de hecho, alguna de las fotos dentro de la cueva, vistas luego en casa con el espíritu aún impregnado por lo vivido, pone los pelos de punta…
Pero sin más remedio debemos regresar a nuestro tiempo, así pues desandamos la senda en dirección al collado, en busca de completar la jornada disfrutando de la gastronomía de la zona, en un entorno no menos bello, como es el de la Ermita y Claustro de la Casa cristo, donde Juani, al mando de los fogones del restaurante La Pastora, deleita nuestros paladares con la maestría y el cariño que pone en lo que cocina, lo cual se traduce en sabores deliciosos, que bien regados con los vinos de las uvas nacidas en nuestra tierra y mimados por la bodega Tercia de Ulea, nos hacen disfrutar plenamente de este fin de jornada” montañeando”, como más felices somos.
Todas las fotos de la esta Ruta aquí
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