La lucha contra el corona virus en el Hospital Gregorio Marañon de Madrid

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Recorrido por uno de los hospitales de referencia más grandes de la capital, con más de 7.000 empleados, que ha tenido que transformarse por completo para afrontar la crisis de la covid-19

Bajo esta pandemia, en las UCI, son dos los componentes que han generado un pánico como nunca antes habían sentido quienes trabajan en ellas. Lo explica José Eugenio Guerrero, jefe de servicio de UCI del Gregorio Marañón: “Llevarte la enfermedad a casa, sobre todo cuando allí tienes a personas mayores o inmunodeprimidas y la incertidumbre de los primeros días, cuando no se sabía cómo iba a evolucionar la enfermedad”. Después de un mes y medio tratando pacientes, Guerrero aún no da una tasa de mortalidad, pero sí de esfuerzo: “Jamás ninguna otra enfermedad ha supuesto tanto esfuerzo para sacar a los pacientes adelante”. En la imagen, un anestesista entra a una habitación de UCI en la Unidad de Coronaria del centro mientras el personal de enfermería atiende a un enfermo por covid-19. CARLOS ROSILLO
En el Gregorio Marañón, como en el resto de hospitales de Madrid, las unidades de cuidados intensivos han sido el punto crítico: allí viven o mueren los pacientes más graves, los que no pueden respirar por sí mismos. Algunos de ellos necesitan de una maniobra de pronación, es decir, mantenerse bocabajo para disminuir la presión sobre los pulmones y facilitar la respiración. Esta técnica, una de las más complicadas de Intensivos, requiere de una destreza extrema para que, al dar la vuelta al paciente, no haya ningún fallo en la intubación ni en el resto de vías y cables que lo mantienen conectado al respirador que registra todas sus constantes. En la imagen, un paciente pronado en una habitación de UCI del Gregorio Marañón. CARLOS ROSILLO
En las unidades de críticos, el objetivo final es conseguir la extubación, es decir, que el paciente respire por sí mismo. Después, que salga de allí lo suficientemente recuperado como para pasar a planta. Javier Hortal, jefe de servicio de Anestesiología y Reanimación, explica lo lento que es ese proceso generalmente en UCI, aún más con estos pacientes: «El 40% de los que tenemos ingresados llevan desde los primeros días, es una estancia prolongada, con un progreso muy lento, a veces frustrante». Pero no siempre, como ocurre con el paciente que aparece en la imagen, con el que las enfermeras celebran un simple movimiento de hombros. Eso, cuentan, «ya es un triunfo para alguien que ha pasado intubado varias semanas, sedado». CARLOS ROSILLO
Mercedes Berrio, técnica de rayos, dispara y clasifica, dispara y clasifica. Es solo un instante. A su alrededor espera el resto del equipo que abrirá la sala cuando no haya peligro para llevarse de nuevo al paciente a la planta. A pocos metros de allí, profesionales de radiología determinarán qué aparece en esa placa, por lo general, una neumonía bilateral, el cuadro clínico que presentan los pacientes de covid-19. CARLOS ROSILLO
Sonia García está convencida de que lo que ha ocurrido en el hospital lo ha cambiado por completo, para siempre. La subgerente del Gregorio Marañón estira los brazos cuando cuenta cómo ha dado de sí el centro, hacia todos los lados posibles: “Estamos de reformas y eso nos permitió abrir más camas de críticos en espacios que no teníamos ocupados, por ejemplo. La Unidad Militar de Emergencias nos montó un hospital de campaña en la explanada de fuera, pusimos en marcha el hospital medicalizado… Esta crisis ha hecho que hiciésemos cosas que creíamos imposibles”. Ahora, espera que, poco a poco, el Marañón vuelva a su tamaño habitual. CARLOS ROSILLO
La soledad de los pacientes en las habitaciones es una de las cosas más duras que enfrentan los profesionales sanitarios y no sanitarios. Amparo García, la jefa de Enfermería del bloque quirúrgico, cuenta cómo el personal ha puesto lo profesional y lo emocional al servicio no solo de los ingresados, sino de sus familias. “Es durísimo y esto tendrá consecuencias para todos, ya muchas profesionales necesitan del apoyo del equipo de psiquiatría, también, que se desplegó desde el primer momento para dar soporte a familiares y profesionales”. En la imagen, un cartel de aviso en uno de los pasillos junto a una UCI del Gregorio Marañón. CARLOS ROSILLO
Desde que comenzó la crisis, los intensivistas han insistido en que las camas de críticos no eran solo camas, sino respiradores, bombas, una serie de aparataje necesario para controlar al paciente, que no puede respirar por sí mismo. En Madrid, las UCI partían de 641 camas. Fueron multiplicándose y, cuando empezó a haber presión en esas unidades, los jefes de UCI de todos los hospitales públicos. privados de Madrid se organizaron en un grupo de WhatsApp. «La coordinación, con apoyo del Summa, funcionó al principio», cuenta José Eugenio Guerrero, jefe de UCI del Marañón. «Cada día un coordinador estaba en contacto con el Summa y era el que se encargaba de transmitir las necesidades de los hospitales. ‘Necesito una cama urgente’, decían en el Henares, y el Summa los llevaba al 12 de Octubre, por ejemplo», explica. Después, la presión aumentó tanto que hubo días que incluso a los grandes hospitales, fue imposible el traslado. CARLOS ROSILLO
En el Marañón, como en todos los hospitales, no ha sobrado el material de protección y sus profesionales, también como en el resto de Madrid, se han quejado de falta de guantes, de mascarillas, de batas, también de material fungible, de ratios de pacientes por profesional que a veces superan lo habitual. Ha ocurrido desde marzo en todas las plantas, en todas las unidades de críticos, en todas las Urgencias. Los profesionales, sobre todo el personal de enfermería, denuncian «que un Estado de Alarma no es una guerra». Amparo García, jefa d Enfermería del bloque quirúrgico, explica que «no todos los profesionales han de llevar el mismo nivel de protección, que depende de las tareas a realizar». En cualquier caso, saben que el material no ha sobrado: «Hemos hecho desde el principio todo lo posible por gestionar lo que hemos tenido», arguye. En la imagen, Patricia, enfermera de la unidad de críticos del Gregorio Marañón tras salir de atender a un paciente. CARLOS ROSILLO
José Eugenio Guerrero, el jefe de servicio de Intensivos del Gregorio Marañón, explica el por qué de los aplausos cuando un paciente consigue salir de la UCI. Es un “gracias”: “Al paciente, por salir adelante, es de las pocas satisfacciones que nos llevamos. Entre Hortal [el jefe de Anestesiología] y yo llevaremos 2.000 intubaciones en toda nuestra vida. Ningunas como estas. Generan tal sufrimiento, tal esfuerzo, que es la manifestación más espontánea, la más razonable”.
En la imagen, una profesional de limpieza friega una habitación de UCI donde dos pacientes pronados evolucionan despacio. CARLOS ROSILLO
En silla de ruedas, este martes, salió de la habitación la primera paciente ingresada en la Unidad de Coronaria, el 16 de marzo. Estaba preparada para marcharse y, ya en el pasillo y frente a un grupo de enfermeras, médicos, celadores y limpiadoras, se quitó la máscara de oxígeno y preguntó: “¿Resistiré?”. La respuesta fue un brevísimo silencio seguido de un aplauso, jaleo y lágrimas mezcladas con sonrisas que duraron hasta que desapareció por el pasillo, camino de una habitación en planta. CARLOS ROSILLO
Las Urgencias del Marañón, como todas, sufrieron una saturación como jamás habían visto. Tuvieron que crear 232 puestos nuevos para atender el cúmulo de pacientes que llegaban. Durante días, recuerda Juan Antonio Andueza, jefe de servicio, el triaje era casi prescindible: «Todo era covid-19». La capacidad de esta unidad, en la planta semisótano del centro, les dio algo de margen para poder crecer. En situaciones normales, atienen 250.000 urgencias al año. Durante estos días, llegaron a tener 600 pacientes esperando, la mayoría con necesidad de hospitalización
.En la imagen, la recepción de un enfermo llegado en ambulancia. CARLOS ROSILLO
Javier Hortal (en la imagen), jefe de servicio de Anestesiología y Reanimación del Marañón, explica cómo su equipo se unió al de Intensivos para poder hacer frente a la pandemia. Sin los anestesistas, aludía el jefe de servicio de UCI José Eugenio Guerrero, «no habríamos podido hacer nada». Ha ocurrido en todos los centros hospitalarios. Debido a la escasez de intensivistas, una especialidad que en otros países europeos ni siquiera está reconocida como tal, otros facultativos, sobre todo anestesiólogos, han tenido que formar parte de los equipos que trata a los pacientes más graves, los de las unidades de críticos. CARLOS ROSILLO
Dos sanitarias trasladan un equipo portátil de radiología por una de las plantas destinadas a UCI del hospital. Los equipos de radiodiagnóstico son fundamentales para el tratamiento de la enfermedad ya que permiten evaluar el daño pulmonar, donde se ceba el coronavirus. En el Marañón, en enero, se hicieron 4.053 placas de tórax. En marzo se han hecho 10.496. CARLOS ROSILLO
Un celador de la UCI se prepara para entrar en una de las habitaciones para ayudar a sus compañeros a mover a un paciente con obesidad, un factor de riesgo en esta enfermedad. El relato de los profesionales sanitarios del Gregorio Marañón siempre acaba derivando hacia el personal no sanitario. Médicos y médicas, el personal de enfermería, jefes de servicio y gerencia insisten en destacar que sin ellos el hospital no podría funcionar. Celadores, profesionales de limpieza, de cocina, administrativos… «El factor humano, la unión, ha sido brutal. Todo el mundo arrimando el hombro, poniendo una mano», aludía Patricia Muñoz, jefa de servicio de Microbiología. CARLOS ROSILLO
En la imagen, una enfermera de UCI va enfundada en un buzo, uno de los elementos de protección que más han hecho falta, y a veces más han escaseado, durante la pandemia. Todavía hoy en algunos centros. En el Marañón, los elementos de protección más significativos se han multiplicado exponencialmente. «De batas y monos se ha pasade de una media en escenario normal de 1.611 a una media en escenario pandémico de 8.100. Y el uso de mascarillas en situación normal es de 1.683 y en escenario pandémico es de una media de 20.144», explican desde el centro hospitalario. CARLOS ROSILLO
En la zona de lavado de los carros de comida, la limpieza es minuciosa y sistemática. Los carros, que llegan desde las plantas y el comedor, entran en una cadena ya automatizada por los profesionales para agilizar la recepción, la desinfección y la vuelta de todos los elementos. CARLOS ROSILLO
Jesús Millán, jefe de Medicina Interna, cuenta que ha visto de todo, «pero jamás esto». Dice que como jefe de servicio «se pasan momentos terribles, de soledad». «Es muy duro ver las lágrimas de tus médicos porque no llegan a más. Luego te vas al despacho y lloras tú». También opina que esto traerá cosas positivas: «Veremos que se puede ejercer la medicina con unos patrones distintos a los que pensábamos, han caído barreras y nuestra organización futura va a aprender mucho de esto, para hacer las cosas mejor desde otra perspectiva». CARLOS ROSILLO
El Gregorio Marañón cuenta habitualmente con 18 puestos de UCI médica, ampliables a 23 en periodos invernales. Han crecido hasta los 134 puestos para dar atención durante esta pandemia. La única posibilidad de abrir más huecos, en ocasiones, era un alta o un ‘exitus’, un fallecimiento. Con los datos hasta ahora, la tasa de mortalidad del Marañón en sus UCI está en el 12%.
En la imagen, una enfermera dentro de una UCI del hospital. CARLOS ROSILLO
La PCR, la prueba para diagnosticar el coronavirus, es una de las técnicas más complejas. Lo explica Patricia Muñoz, jefa de servicio de Microbiología del Marañón: «Ahora está más automatizado e incluso algunos hospitales tienen ‘robots’ para analizar la prueba. Aquí nos manejamos de forma manual». Cuando Muñoz habla, tiene al lado a Pilar Catalán y Roberto Alonso, dos microbiólogos. «Ellos, que ya eran expertos, son los responsables de haber enseñado en tiempo récord a manejarse con las PCR al resto del equipo», sonríe la jefa de la unidad. «Esperemos que esto sirva para reforzar el equipo, no solo frente a una pandemia, sino a largo plazo, a futuro».
En la imagen, una PCR positiva que visibilizan las dos líneas superiores. CARLOS ROSILLO
En el laboratorio, entre campanas de presión negativa, cámaras de frío y máquinas dedicadas exclusivamente a determinar el negativo o positivo de las centenares de muestras que les llegan a diario, decenas de técnicos y microbiólogos trabajan desde hace más de un mes. En la imagen, Agustín Estévez, residente de segundo año de Microbiología, muestra uno de los recipientes donde llegan las muestras. Poco después, se mete en una de las salas del proceso para determinar si esa muestra será o no portadora de coronavirus; en la puerta de esa sala, hay un dibujo con un cerdito pegado. Tiene que ver con un aparato circular que Estévez dice que los tiene «enamorados».
Esa máquina es para procesos en sanidad animal, cuenta el microbiólogo Roberto Alonso, y se la cedió una de las casas comerciales con la que trabajan, en Lyon. «Nos dijeron que nos la enviaban en 24 horas, pero que no podían instalarla porque su personal técnico no estaba autorizado a viajar». Patricia Muñoz, la jefa de servicio, encontró la soluciön: «Llamé a un amigo mío muy mañoso que acababa de llegar del Congo de montar un hospital de campaña, trabaja en un taller con piezas de coche. Le hicimos un salvoconducto y Nacho nos la montó con un vídeo que nos enviaron los de Lyon». CARLOS ROSILLO
Agustín Estévez, residente de segundo año de Microbiología, recuerda la primera guardia que tuvo durante la pandemia: «Casi me da algo, estábamos agobiados porque nos tocaba procesar 20 muestras», recuerda. Y añade: «Las PCR son un proceso complejo que requiere de horas». En menos de un mes, llegaron a procesar 1.000 al día. Hasta este miércoles, en el Marañón se habían realizado 23.5000 PCR.
En la imagen, muestras preparadas para su análisis. En algunos de esos huecos, hay simples gotas de agua, un control puesto por los microbiólogos para comprobar que los resultados son fiables. CARLOS ROSILLO
La zona de boxes de las Urgencias del Gregorio Marañón respira ahora con algo más de calma después de semanas de una presión asistencial desconocida hasta entonces, incluso para este gran hospital madrileño. Allí se han llegado a gestionar 1.565 camas de hospitalización que llegaban sobre todo, desde Urgencias. Y el pico máximo de ingresos por covid positivos ha sido de 1.171 pacientes, casi la total ocupación del hospital en condiciones normales. CARLOS ROSILLO
En la cocina del Gregorio Marañón, la higiene ha de ser extrema y el trabajo, en cadena, impoluto. Según las cifras del hospital, dado el aumento de pacientes, se han incrementado los menús en una media de 400 al día, y se han dado 350 refrigerios o meriendas más cada día a pacientes en las urgencias. A los profesionales se les han servido 1.500 refrigerios, meriendas o desayunos al día, alrededor de 500 por turno. CARLOS ROSILLO
En las paredes del Marañón, de lencería a UCI, hay carteles, mensajes de pacientes y dibujos que piden aguantar un poco más, que desean fuerza, ánimo, paciencia. Su mejor cifra, la de altas, hasta este jueves, 1.319. CARLOS ROSILLO

FUENTE: elpais.com

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