DESCUBRIENDO MORATALLA: Ruta nº4. Calar de la Santa – Cañaica del Calar – Los Castillicos
CRÓNICA DE LA EXCURSION CALAR DE LA SANTA – CAÑAICA DEL CALAR – LOS CASTILLICOS
Llegamos al Calar de la Santa recorriendo un paisaje de Sabinas albares centenarias, quizás incluso milenarias, en una mañana luminosa con nubes que corren raudas hacia el suroeste impulsadas por un fuerte viento como si fueran torondas de algodón. Este será el punto de inicio de una nueva ruta de “Descubriendo Moratalla”, un nuevo paseo por este auténtico museo al aire libre que es el término municipal moratallero. El Calar nos recibe con 6º de temperatura que el viento convierte en 2 ó 3, por lo que tras los saludos y presentaciones, partimos sin demora para inciar nuestro pequeño viaje, o quizás no tan pequeño si tenemos en cuenta los saltos en el tiempo que vamos a dar. Iniciamos la marcha notando la ausencia de Pedro, pese a que hemos visto el coche, pero nuestro fotógrafo-botánico ha madrugado esta mañana y no es hasta que abandonamos la población, que aparece y se une al grupo.
Bajamos al barranco de la Cañaica de Andrés que recoge el agua de la zona y donde se forma una verde pradera en la que una pareja de Jilgueros bebe y se alimenta, no lejos de una Lavandera blanca; algunos Zorzales han huido entre las Sabinas y una pareja de Cornejas nos observa desde la copa de una de ellas; como fondo musical, una pajarera de Verdecillos recibe con jolgorio el nuevo día. Llegamos a la altura de una gran Sabina bastante achacosa que ha perdido una nueva rama en la última nevada, alguien ha aprovechado la rama, pero han quedado trozos en el suelo, sobretodo del “duramen” rojo del que recogemos muestras muy olorosas utilizadas en el pasado para colocar en los cajones de la ropa para ahuyentar las polillas con su olor a incienso. Seguimos el paseo entre estos venerables árboles y también grandes bloques de piedra de las antiguas canteras hoy abandonadas. Cruzamos el riachuelo en varias ocasiones y encontramos huellas de Zorro en el barro, pero ni rastro de las de Gineta, Liebre y Garduña que sí pudimos observar el sábado pasado en la nieve. De hecho, son los propios bloques de la canteras los que ahora sirven de cobijo a estos mamíferos carnívoros. Musgos y líquenes lo tapizan todo, y junto a las Sabinas, Encinas y Pinos laricios, nos recrean un paisaje que se inició en la Era Terciaria, como las rocas que nos rodean, por cierto, repletas de fósiles de bivalvos, lo que nos indica el origen marino de estos suelos.
Llegamos por fín a uno de los abrigos en los que los antigüos moratalleros dejaron sus mensajes en su personal “muro”, subiendo, hemos tenido ocasión de ver un “ramito” de violetas; retrocedemos 8.000 ó 12.000 años en el tiempo. El Arte Rupestre del Arco Mediterráneo de la Península Ibérica fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1.998 y nosotros ponemos toda nuestra atención en las explicaciones de Cristina sobre el significado, los animales representados, el arquero, la técnica y los materiales que han sido capaces de sobrevivir a tantos años y tantas inclemencias meteorológicas. Es una de las joyas de Moratalla, no suficientemente conocidas pese a que este pueblo reúne la mayoría de estas manifestaciones pictóricas del Arco Mediterráneo. Dejamos este abrigo para trasladarnos a otro de estilo Esquemático, previa parada a almorzar junto a una cazoleta labradada en la roca hace también miles de años.
Continuamos nuestro camino, cruzamos frente a la Fuente del Sabuco para llegar a un viejo corral de ganado que dispone de una deteriorada balsa que pretendió ser circular, no lejos de una monumental encina de recio tronco. Cambiamos de dirección y ahora toca subir por el Barranco de La Melera, mientras una ligera llovizna hace que algunos saquen los impermeables, pero hoy no toca mojarse, seguimos el sendero del ganado. Encontramos nuevos bivalvos desprendidos de las rocas y algunas piezas de cuarcita. Llegamos a la meseta sobre la que se asienta el poblado de Los Castillicos de ciclópea muralla y estudiado en los años 60 por el profesor Michael Walker y nosotros también reconocemos las antiguas casas, Juan Fran precisamente “descubre” una de ellas; previamente hemos visto los restos de un antiguo enterramiento colectivo. Desde el espolón en el que se ubicaba el poblado, tenemos una inmejorable panorámica hacia la Cuerda del Zacatín, Nerpio, El Castellar, incluso Revolcadores, aunque abajo tenemos las huertas de la aldea de Arroyo Tercero.
Caminando entre Sabinas vamos llegando poco a poco al Calar de la Santa con sus calles limpias y casas bien arregladas. Es el momento de pensar en las excelentes viandas que nos esperan en el Bar de Luis, entrantes deliciosos, migas con variados tropezones, asado de cordero, postres y todo regado con el vino de la Tercia de Ulea. Para acompañar al café, los imprescindibles buñuelos rellenos de chocolate. Nos sentimos tan satisfechos, que decidimos dar un paseo para “rebajar la comida”, así que salimos caminando por la calles mirando la imponente Sierra de Villafuerte, Los Grajeros y acabamos visitando más pinturas rupestres de arte esquemático. Sin duda, un día de lo más completo, en la mejor compañía y pensando ya en la próxima ruta.
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